EDUCACIÓN: MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS. ES MEJOR NO JUZGAR. Esta semana me ha llamado poderosamente la atención una frase de la Madre Teresa de Calcuta que dice así: Juzgar a la gente toma tanto tiempo que no deja espacio para amarla. En efecto, existe la mala costumbre de juzgar y criticar a las personas sin medir las consecuencias -incluyendo a miembros de la propia familia, y lo peor de todo, es que con esa actitud, no hemos dejado espacio para amarlos. Cuando caemos en ese error, etiquetamos a las personas sin misericordia, hablando mal de ellas como si quisiéramos destruirlas, y no tenemos la menor duda de poner el dedo en la llaga, cuestionando constantemente a sus familiares, cosas que duelen, cosas que lastiman, que son personales y que no se deben de preguntar.
Más Allá de las Palabras / ES MEJOR NO JUZGAR
Por: Jacobo Zarzar Gidi
Esta semana me ha llamado poderosamente la atención una frase de la Madre Teresa de Calcuta que dice así: “Juzgar a la gente toma tanto tiempo que no deja espacio para amarla”. En efecto, existe la mala costumbre de juzgar y criticar a las personas sin medir las consecuencias -incluyendo a miembros de la propia familia, y lo peor de todo, es que con esa actitud, no hemos dejado espacio para amarlos. Cuando caemos en ese error, etiquetamos a las personas sin misericordia, hablando mal de ellas como si quisiéramos destruirlas, y no tenemos la menor duda de poner el dedo en la llaga, cuestionando constantemente a sus familiares, cosas que duelen, cosas que lastiman, que son personales y que no se deben de preguntar.
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En ciertas etapas de la vida nos hace mucha falta tener caridad, y es por eso que seguimos dañando a las personas sin tomar en cuenta nuestros propios defectos. La caridad ensancha el corazón y nos permite ver las cualidades que tiene cada uno de nuestros semejantes en lo individual, para resaltarlas, en lugar de hundirlos con nuestra crítica. Si verdaderamente estamos cerca de Dios, aprenderemos a no emitir juicios demoledores que arruinen el prestigio de las personas.
San Bernardo nos dice que “Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por debilidad. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aún entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte.”
San José María Escrivá de Balaguer nos dice que “mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir comprensión para ti mismo”.
La persona comprensiva vive amablemente abierta hacia los demás, los mira con simpatía y alcanza las profundidades del corazón encontrando la parte de bondad que existe siempre en todas las personas.
El humilde y bien intencionado, no se escandaliza y respeta a su prójimo, surgiendo con facilidad la disculpa cuando observa los defectos ajenos. De no ser así, las faltas más pequeñas de los demás se ven aumentadas, y se tiende a disminuir y justificar las mayores faltas y errores propios.
La palabra, es un gran don y regalo de Dios al hombre, que nos ha de servir para cantar sus alabanzas y para hacer siempre el bien con ella, nunca el mal, por lo tanto no se deberá utilizar con frivolidad. Nos deberá de servir: para evangelizar al amigo; para consolar al que sufre y sanar sus heridas; para enseñar al que no sabe; para corregir amablemente al que yerra; para fortalecer al débil; para levantar a quien ha caído. Nuestras palabras deberán estar siempre encaminadas a llevar paz y alegría; no deberán de servir para difamar, ni para calumniar, ni para alterar, ni para escandalizar y mucho menos para enlodar a otras personas con el único fin de sentirnos mejor que ellas.
Nuestro Señor Jesucristo demostró una alta consideración de la palabra y de la conversación en Mateo 12, 36: “Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio”. Palabra ociosa es aquella que no aprovecha ni al que la dice ni al que la escucha, y proviene de un interior vacío completamente empobrecido. Las personas que son descontroladas en el hablar y que no se detienen para hacer un daño con la palabra, pueden causar un mal irreversible en aquellos que difamaron.
De esas conversaciones, en las que se pudo hacer el bien y no se hizo, pedirá cuentas el Señor. De la conversación vana y superficial, a la murmuración, al chisme, al enredo, a la susurración o a la calumnia, suele haber un camino muy corto. Es difícil controlar la lengua cuando no existe la presencia de Dios en nosotros. Cuando nos demos cuenta de nuestro error, de inmediato pidámosle perdón al Señor de la Vida y disculpémonos con las personas que tantas veces agraviamos con nuestra palabra mal intencionada.
El Reino de Cristo, al que somos llamados para participar en él y para extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo, se lleva a cabo amando a nuestros semejantes, no criticándolos. Aspiremos a hacer de Cristo un auténtico Rey de todos los corazones practicando siempre y con sinceridad el segundo mandamiento de la ley de Dios.
Los buenos cristianos hacen cada día un examen de conciencia para confrontar la vida que se está llevando, con lo que Dios espera de ellos. Eso les permite pedir perdón y recomenzar de nuevo las veces que sea necesario. Es el amor que le tenemos a Nuestro Señor Jesucristo lo que nos mueve a examinarnos para tratar con delicadeza al que entregó su vida por nosotros. Recuperemos el tiempo perdido pidiendo perdón por ese espacio de nuestra historia en el cual faltó amor hacia los nuestros, porque solamente en esta vida podremos merecer para la otra. Cada día, es un tiempo precioso que Dios nos regala para llenarlo de amor a El y de caridad para los que nos rodean. Pasado este tiempo que es demasiado corto, ya no habrá otro para dejar terminada la misión que el Señor nos haya encomendado a cada uno de nosotros. No es justo que lo malgastemos, ni que arrojemos ese tesoro irresponsablemente por la borda.
Se recomienda rezar en silencio y con sinceridad, para que no encontremos falla en el hombre que cojea o se tropieza en el camino, a menos de que nos hayamos puesto los zapatos que él calza, o que hayamos batallado con su misma carga. Puede haber tachuelas en sus zapatos que duelan, aunque estén ocultas a la vista, pues la carga que él soporta -puesta sobre tu espalda, pudiera causar que tú también te desplomaras.
No seas duro con el hombre que peca, ni lo llegues a agredir con palabras o piedras, a menos de que estés seguro, sí, doblemente seguro, de que no tienes pecados en tu haber. Pues si tú supieras, tal vez, que la voz del tentador te susurrara a ti, tan suave como lo hizo con él cuando se desvió, tal vez te causaría que tú también cayeras.
No desprecies ni te burles del hombre que hoy está caído, a menos de que hayas sentido el mismo golpe que ocasionó su caída, o sentido la vergüenza que únicamente los caídos conocen.
Tú puedes ser fuerte, pero aún así, los golpes que fueron suyos, si te los propinaran a ti, en la exacta y misma forma, en el mismo y preciso momento…tal vez te causarían que tú también te derrumbaras.
jacobozarzar@yahoo.com
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