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Etapas de la vida

ETAPAS DE LA VIDA: LA TERCERA EDAD

Sentido y valor de la vejez


Existen personas que viven la vejez como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño.



Fuente: Catholic.net

Las expectativas de una longevidad que se puede transcurrir en mejores condiciones de salud respecto al pasado; la perspectiva de poder cultivar intereses que suponen un grado más elevado de instrucción; el hecho de que la vejez no es siempre sinónimo de dependencia y que, por tanto, no menoscaba la calidad de la vida, no parecen ser condiciones suficientes para que se acepte un período de la existencia en el cual muchos de nuestros contemporáneos ven exclusivamente una inevitable y abrumadora fatalidad.


Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes.


Existe una categoría de personas, capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría —muy numerosa en nuestros días— para la cual la vejez es un trauma. Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.


Es posible, pues, afirmar que las facetas de la tercera y de la cuarta edad son tantas cuantos son los ancianos, y que cada persona prepara la propia manera de vivir la vejez durante toda la vida.


En este sentido, la vejez crece con nosotros. Y la calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe.


Es necesario, por tanto, situar la vejez en el marco de un designio preciso de Dios que es amor, viviéndola como una etapa del camino por el cual Cristo nos lleva a la casa del Padre (cf. Jn 14, 2). Sólo a la luz de la fe, firmes en la esperanza que no engaña (cf. Rom 5, 5), seremos capaces de vivirla como don y como tarea, de manera verdaderamente cristiana. Ese es el secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años.


Linda, una mujer que vivió 106 años, dejó un lindo testimonio en este sentido. Con ocasión de su 101° cumpleaños, confiaba a una amiga: « Ya tengo 101 años, pero ?sabes que soy fuerte? Físicamente estoy algo impedida, pero espiritualmente hago todo, no dejo que las cosas físicas me abrumen, no les hago caso. No es que viva la vejez porque no le hago caso: ella sigue por su camino, y yo la dejo. El único modo de vivirla bien es vivirla en Dios ».


Rectificar la actual imagen negativa de la vejez, es, pues, una tarea cultural y educativa que debe comprometer a todas las generaciones. Existe la responsabilidad con los ancianos de hoy, de ayudarles a captar el sentido de la edad, a apreciar sus propios recursos y así superar la tentación del rechazo, del auto-aislamiento, de la resignación a un sentimiento de inutilidad, de la desesperación.


Por otra parte, existe la responsabilidad con las generaciones futuras, que consiste en preparar un contexto humano, social y espiritual en el que toda persona pueda vivir con dignidad y plenitud esa etapa de la vida.


En su mensaje a la Asamblea mundial sobre los problemas del envejecimiento de la población, Juan Pablo II afirmaba: « La vida es un don de Dios a los hombres, creados por amor a su imagen y semejanza. Esta comprensión de la dignidad sagrada de la persona humana lleva a valorizar todas las etapas de la vida. Es una cuestión de coherencia y de justicia. Es imposible, en efecto, valorizar verdaderamente la vida de un anciano, si no se da valor, verdaderamente, a la vida de un niño desde el momento de su concepción. Nadie sabe hasta dónde se podría llegar, si no se respetara la vida como un bien inalienable y sagrado ». (5)


La construcción de la auspicada sociedad de « todas las generaciones » permanecerá en pie sólo si se funda en el respeto por la vida en todas sus fases. La presencia de tantos ancianos en el mundo contemporáneo es un don, una riqueza humana y espiritual nueva. Un signo de los tiempos que, si se comprende en toda su plenitud, y se sabe acoger, puede ayudar al hombre actual a recuperar el sentido de la vida, que va mucho más allá de los significados contingentes que le atribuyen el mercado, el Estado y la mentalidad reinante.


La experiencia que los ancianos pueden aportar al proceso de humanización de nuestra sociedad y de nuestra cultura es más preciosa que nunca, y les ha de ser solicitada, valorizando aquellos que podríamos definir los carismas propios de la vejez:


– La gratuidad. La cultura dominante calcula el valor de nuestras acciones según los parámetros de una eficiencia que ignora la dimensión de la gratuidad. El anciano, que vive el tiempo de la disponibilidad, puede hacer caer en la cuenta a una sociedad « demasiado ocupada » la necesidad de romper con una indiferencia que disminuye, desalienta y detiene los impulsos altruístas.


– La memoria. Las generaciones más jóvenes van perdiendo el sentido de la historia y, con éste, la propia identidad. Una sociedad que minimiza el sentido de la historia elude la tarea de la formación de los jóvenes. Una sociedad que ignora el pasado corre el riesgo de repetir más fácilmente los errores de ese pasado. La caída del sentido histórico puede imputarse también a un sistema de vida que ha alejado y aislado a los ancianos, poniendo obstáculos al diálogo entre las generaciones.


– La experiencia. Vivimos, hoy, en un mundo en el que las respuestas de la ciencia y de la técnica parecen haber reemplazado la utilidad de la experiencia de vida acumulada por los ancianos a lo largo de toda la existencia. Esa especie de barrera cultural no debe desanimar a las personas de la tercera y de la cuarta edad, porque ellas tienen muchas cosas qué decir a las nuevas generaciones y muchas cosas qué compartir con ellas.


– La interdependencia. Nadie puede vivir solo; sin embargo, el individualismo y el protagonismo dilagantes ocultan esta verdad. Los ancianos, en su búsqueda de compañía, protestan contra una sociedad en la que los más débiles se dejan con frecuencia abandonados a sí mismos, llamando así la atención acerca de la naturaleza social del hombre y la necesidad de restablecer la red de relaciones interpersonales y sociales.


– Una visión más completa de la vida. Nuestra vida está dominada por los afanes, la agitación y, no raramente, por las neurosis; es una vida desordenada, que olvida los interrogantes fundamentales sobre la vocación, la dignidad y el destino del hombre.


La tercera edad es, además, la edad de la sencillez, de la contemplación.


Los valores afectivos, morales y religiosos que viven los ancianos constituyen un recurso indispensable para el equilibrio de las sociedades, de las familias, de las personas. Van del sentido de responsabilidad a la amistad, a la no-búsqueda del poder, a la prudencia en los juicios, a la paciencia, a la sabiduría; de la interioridad, al respeto de la Creación, a la edificación de la paz.


El anciano capta muy bien la superioridad del « ser » respecto al « hacer » y al « tener ». Las sociedades humanas serán mejores si sabrán aprovechar los carismas de la vejez.





ETAPAS DE LA VIDA: LA ADOLESCENCIA

La adolescencia

 

La adolescencia es ese estado en el que un@ puede sentirse en limbo, porque ya no se es niñ@, pero tampoco se es adult@. La adolescencia implica cambios físicos y emocionales para los propios adolescentes y también cambios en la organización y relaciones familiares. Hay distintas etapas en la adolescencia y cada una trae consigo sus perculiaridades particulares.

La adolescencia se ve de forma muy distinta dependiendo de si eres el propio adolescente o si eres madre o padre del adolescente. Para preparar esta sección, hemos hablado con ambos grupos. Con los adolescentes que experimentan sensaciones aparentamente opuestas de total rabia, o de felicidad desmesurada, de amor o de odio... a veces ambas en cuestión de horas. Adolescentes que no comprenden por qúe se les quiere "controlar", que quieren más independencia, que no entienden por qué sus padres se irritan con tanta felicidad, que a veces se sienten los dueños del mundo, y otras veces les invade la inseguridad. Adolescentes que se sienten orgullosos, o horrorizados, por los cambios físicos de la pubertad. Adolescentes que les cuesta concentrarse, que se aburren con facilidad, que desafían al establishment, sea la familia o sea el colegio, con tal de desafiarse.

Y padres que a veces sienten como si no conociesen este "nuevo" miembro de su familia. Que añoran al niñ@ de antes. Que no saben, o no quieren, apoyar al adolescente en su deseo de tener mayor independencia.

Padres que temen perder el control de la situación, temen el mundo de las drogas y el alcohol, no comparten los nuevos valores de sus hijos adolescentes y necesitan aprender cómo negociar unas normas que sean acceptables para todos los implicados.

Esperamos que esta sección sea útil para tod@s. Los artículos han sido aportadas por adolescentes, madres, padres, hermanos pequeños de adolescentes, expertos profesionales y docentes que experimentan los problemas de la adolescencia y las alegrías desde una perspectiva u otra.

Al incluir a todos los implicados, esperamos ofrecer consejos y experiencias que nos ayuden a todos a afrontar la adolescencia y, por qué no, ¡hasta disfrutarla!

 

ETAPAS DE LA VIDA.

Etapas en la vida del ser humano

“Dar vida a los años y no años a la vida: yo, personalmente agradezco a la vida todo esto que todavía doy de mí”.

 

En cada ciclo de nuestro crecimiento nos ponemos a prueba: sobretodo, en asumirlos como van llegando y en aprender a superar los escollos que encontramos en el camino; educamos a nuestros hijos para que después ellos eduquen a sus propios hijos, en una marcha que continúa siempre para adelante. No sé cuántas son, ni cómo se cuentan las etapas de nuestras vidas. Para mí que ahora, tengo setenta y cinco años, pienso que esta es la tercera etapa y la tomo con mucho amor.

La primera se da cuando nacemos. Y una vez en el mundo, surgen con nosotros el dolor, la alegría y el cariño hacia nuestros padres, que nos brindan todo lo mejor de ellos y a la vez, desean y esperan nuestro mayor beneficio. A medida que vamos creciendo y entendiendo, procuramos retribuirles todo lo que nos han dado.

Cuando pasamos de la infancia a la niñez, nos apoyamos mucho en ese cariño, y quizás, cada vez queremos más. Pero al hacernos mayores y comenzar a asumir obligaciones, muchas veces no entendemos que nuestros seres queridos quieren para nosotros el mayor bienestar en la vida, y nos parece que exigen demasiado. Entonces, solemos no cumplir con los deberes, y cuando sí lo hacemos, creemos que les estamos haciendo más el favor a ellos, que a nosotros mismos. Esta actitud indica que todavía tenemos una falta de madurez, en esta primera etapa que yo llamaría la primer etapa del ser, hasta los veinte años.

La segunda etapa, se produce de los veinticinco años en adelante, y empieza a sucedernos a nosotros lo mismo que a nuestros padres, a esa edad, casi toda persona ya piensa en su mañana, por lo tanto trata de asumir con responsabilidad sus actos de hoy. Los nuevos valores pasan por: querer ser útil al mundo y a la sociedad, tener su propia responsabilidad en la vida, formar un hogar, tener hijos y dándoles el mismo cariño y exigencias para que caminen firmes por la vida. Y así llegar a su madurez, después de los cincuenta años y algo más. Para mí, esa es la segunda etapa de la vida.

Luego llega la tercer etapa, que se da de los sesenta en adelante, en la que nosotros ya somos los abuelos de la primer generación, y estamos un poco afuera de poder adaptarnos a la gran evolución que nos ha dado el mundo.

Ahora perdemos nuestra opinión en muchas cosas y aspectos, pero sí debemos dar gracias a Dios que en esta etapa, nuestros hijos se convierten en nuestros padres y nosotros en sus hijos. Nos miman, nos cuidan y nos desean lo mejor que la edad nos puede dar. Pero como en setenta y cinco años, el mundo y la ciencia han evolucionado muchísimo, también nosotros los abuelos nos desarrollamos y aceptamos lo que la vida nos brinda, con el nuevo lema de dar vida a los años y no años a la vida.

Eso significa no dejarnos estar, no dar trabajo a nuestros hijos, ni robarles tiempo. Porque ellos ahora están pasando por la segunda etapa que es hacer su propia vida y ocuparse de criar y educar sus hijos para el futuro.

Para nosotros los de la tercera edad, se forman instituciones que se ocupan por completo, para que nos sintamos jóvenes, útiles y responsables, y le demos a la vida todavía todo lo que podamos. Nos ponen profesorados, idiomas, dibujo gimnasia, coro y canto, y muchas cosas más, y nosotros procuramos corresponderles, dentro de nuestros medios con nuestra gratitud, bienestar y afecto; y así sentimos obligaciones y responsabilidades, con la vida hasta que diga basta. Para mí eso significa la tercer etapa de la persona. Doy gracias a Dios por vivirla. Y yo personalmente agradezco todo eso que todavía doy de mí, al club Edad de Plata.